En el año 99, agotado, exhausto, quemadísimo, dejé la tutoría de residentes MIR. Meses después me organizaron una cena-despedida en la que me hicieron regalos preciosísimos, entre ellos unos calzoncillos, que debido a que a esas alturas ya estábamos todos un poco mareados, me los probé en la cabeza a ver si eran de mi talla, porque no era plan de ponerlos en su sitio natural y dar un espectáculo...